Jugar y jugarnos son dos caras de una misma moneda que no tiene curso legal en el mercado.
Jugamos y nos jugamos en el peligroso y desafiante camino que cree y crea valores que no se cotizan en los shoppings de la posmodernidad.
Jugamos y nos jugamos en los bordes de un sistema que rechazamos visceralmente, en todo lo que tiene de injusto, violento, deshumanizado y deshumanizante, alienante, hipócrita y banal. El juego, tan infantil en apariencias, nos desafía a invertir las lógicas con las que convivimos cotidianamente.
Jugar es arriesgarse siempre.Jugamos a aparecer ausencias en nuestras acciones cotidianas, en el gesto solidario, en la mano tendida, en la mirada comprometida. Jugamos a desaprender la subordinación, a ejercer la desobediencia. Jugamos a no aceptar los límites que nos imponen sin consulta. Jugamos a creer en lo que queremos, y a celebrar la vida.
Pañuelos en Rebeldia
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