Jugar y jugarnos son dos caras de una misma moneda que no tiene curso legal en el mercado. Jugamos y nos jugamos en el peligroso y desafiante camino que cree y crea valores que no se cotizan en los shoppings de la posmodernidad.
Jugamos y nos jugamos en los bordes de un sistema que rechazamos visceralmente, en todo lo que tiene de injusto, violento, deshumanizado y deshumanizante, alienante, hipócrita y banal.
Jugamos a patear el tablero cuando nos cuadriculan los sueños.
Jugamos a patear el tablero cuando nos cuadriculan los sueños.
Jugamos sabiendo que no hay juego inocente, y que ganar y perder no es el fin de nada, sino la posibilidad de empezar un juego nuevo.
Jugamos a inventar un mundo nuevo, jugamos a aparecer ausencias en nuestras acciones cotidianas, en el gesto solidario, en la mano tendida, en la mirada comprometida.
Jugamos a desaprender la subordinación, a ejercer la desobediencia.
Jugamos a no aceptar los límites que nos imponen sin consulta.
Jugamos a creer en lo que queremos, y a celebrar la vida.
Jugamos a que seguimos intentando el juego no domesticado ni disciplinado de la rebelión
Claudia Korol